Soy una
señora. Una mezcla de Godiva, Jolie, Bovary y chica Almodóvar. En la cacerola
hay una pizca de todas pero el guiso tiene gusto a “mí” sola.
No sigo una
línea. Zigzagueo en la vida, con el “tal vez” instalado y el “nunca” mutado en
sonrisa.
Hoy estoy,
mañana no sé ¡Bah! Eso siempre fue así, pero por lo menos ya lo entendí.
A veces voy y
a veces me llevo. Más voy, porque el me llevo es “debo” y de él trato de huir
lo más que puedo.
Entendí esto
de la acción sin acción, lo del efecto. Todavía me cuesta pero me tomo el
tiempo, aunque a veces me llene de desespero.
Me gusta el
negro. En el café, en el té, en los autos y en la ropa. Debe ser porque nací en
la noche que el oscuro me llama, como me llaman el fuego, los caballos, las
soledades y los silencios.
Soy rutinaria y
me molesta el desorden, el propio, claro, porque el ajeno me tiene sin cuidado.
Perceptiva
cuando tengo ganas, cuando estoy centrada.
Uno de mis tesoros
son mis tiempos y porque son míos los uso, los dejo o los pierdo pero siempre
por mí, en eso mi egoísmo es asqueroso.
El otro tesoro
es mi paciencia, de ella huelga decir que no hay nada que haya probado que sea
a la vez tan dulce y tan amargo.
También soy
lenta, pero me salva esto de, en algunas cosas, no dar vueltas.
Llena de
defectos que no sé si balanceo y que sí acepto. Pero porque entendí que es
lapidario no hacerlo, como es lapidaria la estructura de la que carezco y que
no me permitiría el cambio.
Trato en lo
posible de mirarme en los demás como en un espejo, y reconozco que muchas veces me
resulta doloroso.
Negocio y hago
trueque. Soy cómplice y complaciente. Algo así como una planicie en pendiente.
Estoy, pero
cuando me voy, desaparezco para siempre.
Mis manos
hablan y dicen lo que mi alma. Algunas cosas escondidas a la vista son más que directas,
es sólo cuestión de entenderlas. Pero nunca los susurros de mis dedos son
conversaciones pendientes ¡eso jamás! Si tengo algo que decir lo digo sin
rodeos y en ese momento no pienso. Si hay algo de lo que carezco es de la
diplomacia en cuanto a lo que siento.
Yo no sé si es
posible entenderme, pero suelo avisar que el silencio obvio es catastrófico y que
mis palabras no son más que una licencia que me tomo como algo jocoso.
Por eso digo
que soy una mezcla, una mezcla rara de tacos y alpargatas, maquillaje y cara
lavada, tapado italiano y camperas usadas, medias gastadas y remeras manchadas,
silencios y carcajadas, nudos en la garganta y calma, pasión y aspereza, bronca
e indiferencia, y la verdad es que a veces todo me llega y esquivo balas a
diestra y a siniestra y otras nada me interesa.
En fin, como
dice mi madre: Soy “una mezcla rara de Musetta y de Mimí”, una loca cuerda,
suelta por ahí, que escribe sólo por el gusto de escribir.