3 de junio de 2013

Salvedades

Sale de la casa envuelta en su chal, pero no es que haga frío sino que el frío la acompaña desde hace rato y no sabe muy bien cómo hacer para sacárselo. Se queda parada apoyada en la baranda con los brazos cruzados y los pies descalzos, uno sobre otro, en descanso.
No hay mucho que ver, es de noche y está oscuro, pero igual su mirada se dirige hacia “allá” y “allá” es muy vago pero siente que es el lugar exacto.
Piensa, se desliza, flota, trata de respirar. Está incómoda, incómoda adentro y con la sensación de no pertenecer a su cuerpo.
Busca, pero sigue sin encontrar el lugar físico en donde anclar, donde quiera que esté no encuentra el espacio en donde ella y sus libros puedan caber. Se le erizan los pelos de la nuca, siente el peligro de haber llegado a un punto crítico, en el que inmune, todo le da lo mismo.
Son un cúmulo de eventos que acarrea y no termina de soltar. Son los cambios que tiene que masticar, son todas esas cosas que no pueden darse por sentadas y necesitan de su constante “acomodar”. Son demasiadas, tal vez no tantas, pero en su hartazgo y cansancio le llenan la canasta.
Parpadea y entra. Se sienta y deja caer la cabeza. Ahí se queda, ni fuerza para levantarse de vuelta.

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