Hace como un mes que venía rondando mi cintura un suave
pero persistente dolor que recién ayer me mostró su furia y me obligó a detener
la marcha para estudiar qué pasó.
Demás está decir que los tacos están arrumbados en un
cajón, el café corre a raudales y por mi cara cruza una mueca con cada
movimiento de mi pierna que evidencia la falta de tino al haber ignorado el
dolor cuando todavía era una pequeña advertencia.
Por eso decidí quedarme quieta. Sé que todo sigue
funcionando, sé que no hay nada más importante para mí que yo misma.
Hoy siento que el dolor en mi cadera no es más que la
consecuencia de haberme puesto, sin darme cuenta, en posición de defensa cuando
sé que sin dos no hay pelea.
Hoy, como nunca, el dolor me hizo entender que uno de los
inconvenientes del orgullo es que nos
vuelve vulnerables al ataque. Por eso entiendo que ceder no es perder, ceder es
dejar de lado el orgullo y retirarse para no tener que juntar los pedazos después.
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