Cambiar es correrse de lugar y volver a enfocar sin
interpretar.
Cambiar es de adentro y hacia adentro.
Cambiar es dejar de luchar. Es entender.
Cambiar es ser honesto con uno. Es no hacer juicio. Es no
poner adjetivos.
Cambiar es darse cuenta de que el enemigo no está afuera.
Cambiar es despertar y darle lugar a la magia amorosa de
la vida.
Cambiar es entender que la oportunidad de elegir es
continua.
Cambiar es no confiar en la iglesia de la suerte ni el
monasterio de la desgracia.
Cambiar no es decir “te entiendo pero no comparto”
mientras en mi cabeza te sigo juzgando.
Cambiar no es cuestión de tiempos o “destiempos”.
Cambiar se instala en el presente siempre. No existe el
“cambié” ni el “ya voy a cambiar.
Cambiar es perpetuo movimiento.
Cambiar vive en la libertad de los “quiero” y muere en la
cárcel de los “debo”.
Cambiar es ir por el mundo desnudo de caretas.
Cambiar no es negociable.
Cambiar es coherencia.
Cambiar es un estallido, un disparo.
Cambiar no es un hecho en sí mismo, es una consecuencia.
Cambiar es elegir abrir las manos y soltar, porque si las
cierro para que nada me lastime también las cierro a lo que me cura.
Cambiar no se explica, sucede. No se justifica, es.
Cambiar es saber que el dolor está pero que yo soy la que
elige cómo lo vivo. Si con sufrimiento, rencor, ira, resentimiento,
frustración, reproche y culpa o con sabiduría.
Cambiar es encender la luz en la habitación oscura del
alma y tirar por la ventana todas las porquerías que estábamos guardando para
resolver cuando llegara el cambio, o lo que es peor, para cuando los demás
cambiaran.
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