Hoy me siento como una guitarra, de ahí el título de este
relato. Y también porque no encontré otra cosa con qué asociar esta sensación
constante de estar ajustando, si es que cabe la palabra, cosas que suenan
desafinadas o que no suenan o que hacen ese, como le llamo yo, “ruido sordo” de
algo que no está funcionando”.
Pero de todos esos acordes mal barajados el que más me
escose es el ruido sordo. Ese que sé que está haciendo alboroto y levantando
barro en el fondo de mi río pero que en la superficie no se nota. Ese mismo es
el que hace que suene desafinada la orquesta y, si tengo que ser honesta, quisiera
decir que me molesta.
Hoy particularmente siento que si ajusto las clavijas se
rompen las cuerdas, razón por la cual he detenido mi paso para reflexionar y
hacer esta catarsis con la hoja y no pecar con la boca.
La verdad es que estoy lejos de ser objetiva, tan lejos
como ayer y me atrevo a decir que también como mañana. Tan lejos estoy que cometería
la estupidez de detener toda la música y sólo porque una nota suena desafinada.
Pero lo poco de cordura que me queda, sumado al grito
urgente, casi lacerante de mis tripas lograron enmudecer mis labios antes de
que dijera una sarta de “insustancias” de las que sé que no tendría retorno,
insisto, y sólo por esta nota que hace rato que suena desafinada.
Casi que hoy me desconozco, porque no es normal que me
quede tranquila, no es normal que no me hierva la sangre, no es normal que no
me quede mascando. Lo normal hubiera sido una calesita de explicaciones
inconducentes que hoy logré detener justo al tiempo que me daba cuenta de que
si estoy tan lejos de ser objetiva como para decidir con coherencia, lo mejor
que podía hacer era no hacer nada.
Así como reconozco que soy una mujer que le da vueltas a
las cosas hasta que las entiende, reconozco también que algunas llegan a un
punto en donde me exceden, algo así como de “no retorno” y acepto que mi única
alternativa es abrir las manos y dejar de luchar.
Hoy escuché otra vez el melodioso sonido que hace una
cortina al cerrarse después de chirriar un tiempo que me pareció interminable.
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