Subida a mis amados tacos, vestida de negro y envuelta en
el silencio más amoroso decidí fumarme las últimas horas del último agosto de mis
queridos cincuenta años.
Cada pitada que le doy a esta parte de mi vida convierte
en humo lo que creí que sólo se me había escapado y que podía volver a tener.
Cada pitada se lleva un pedazo de la mujer que fui hasta
hoy y me deja frente a una mujer distinta, desconocida e infinitamente más
sensible a la que recién tengo el gusto de conocer.
Hoy me estoy fumando los molinos de viento contra los
estuve luchando como un quijote histérico y hasta bizarro.
Hoy, literalmente, me estoy fumando, parada sobre mis
tacos y con uñas pintadas de blanco, la resistencia a envejecer con garbo.
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