14 de abril de 2015

Blanco

Dice el diccionario que el blanco es el color de la nieve, un color de piel, el mío y probablemente el de muchos de ustedes también, y, para mi sorpresa, menciona que es el espacio que queda entre esta palabra y esta otra.
Pero hoy las razas y las melancolías no están en el top de mi lista, hoy me ocupa el “blanco” que parece que tengo en algún lado dibujado.
Me cuestiono desde tiempos inmemoriales si soy yo la que se para en la trayectoria de los disparos o si es mi cara o son mis formas las que hacen que me encuentre bastante seguido en medio de balaceras que me dejan como una coladera.
Es por eso que hoy decidí detenerme un rato y mirarme en el espejo y, café y cigarrillo mediante, me puse a hacer catarsis.
Lo primero que noto es que soy un blanco fácil porque suelo no reaccionar ante la agresión, pero nunca deja de sorprenderme cuando viene de la gente que yo creo que me quiere.
Lo segundo que percibo es el precio que pago por poner la otra mejilla, un precio que no dolería tanto si las balas vinieran de gente libre de pecado pero como no existe tal gente el costo me parece demasiado caro.
Ahora voy a llegar al final de este “hurgueo” personal y me voy a hacer cargo de todo lo que no tengo resuelto, de todos los miedos que me dejan sin resuello, de todos mis queridos y aceptados defectos, de mis amadas mañas, de mis soledades, de lo escaso de mis sonrisas y de mis silencios.
Y como último voy a regalarle a quien tenga la suficiente valía y se atreva a mirarse, un espejo de cuerpo entero y una piedra para lapidarme.

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