Dice el diccionario que el blanco es el color de la nieve,
un color de piel, el mío y probablemente el de muchos de ustedes también, y, para
mi sorpresa, menciona que es el espacio que queda entre esta palabra y esta
otra.
Pero hoy las razas y las melancolías no están en el top
de mi lista, hoy me ocupa el “blanco” que parece que tengo en algún lado
dibujado.
Me cuestiono desde tiempos inmemoriales si soy yo la que
se para en la trayectoria de los disparos o si es mi cara o son mis formas las
que hacen que me encuentre bastante seguido en medio de balaceras que me dejan
como una coladera.
Es por eso que hoy decidí detenerme un rato y mirarme en
el espejo y, café y cigarrillo mediante, me puse a hacer catarsis.
Lo primero que noto es que soy un blanco fácil porque suelo
no reaccionar ante la agresión, pero nunca deja de sorprenderme cuando viene de
la gente que yo creo que me quiere.
Lo segundo que percibo es el precio que pago por poner la
otra mejilla, un precio que no dolería tanto si las balas vinieran de gente
libre de pecado pero como no existe tal gente el costo me parece demasiado
caro.
Ahora voy a llegar al final de este “hurgueo” personal y
me voy a hacer cargo de todo lo que no tengo resuelto, de todos los miedos que me
dejan sin resuello, de todos mis queridos y aceptados defectos, de mis amadas mañas,
de mis soledades, de lo escaso de mis sonrisas y de mis silencios.
Y como último voy a regalarle a quien tenga la suficiente
valía y se atreva a mirarse, un espejo de cuerpo entero y una piedra para
lapidarme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario