Y el puente
hay que pasarlo aunque no haya nada del otro lado, aunque sorba este aire como
si fuera el último y a veces se me atraganten los pedazos.
Relatos,
cigarrillo y café alimentan este viaje de a pie.
Escrituré a mi
nombre la soledad y el silencio y estampé mi firma en un contrato de fidelidad
in aeternum conmigo misma.
Hice un trato de
palabra con lo que pasa y cuando nos dimos la mano, dos pares de huellas
testificaron que él nada repetirá si yo no lo olvido jamás.
Lo que viene
me mira, lo único que puedo decir de él es que en parte lo veo y al resto no lo
quiero encontrar.
Entendí que camino
sobre una soga que separa dos nadas, que cuelga sobre un vacío infinito que me
abraza y que la llegada no está del otro lado, ni tampoco en el próximo paso.
Mi tranquilidad
es haber aceptado que la vida no sólo es una sorpresa sino que tuerce en igual
medida hacia la felicidad las veces que viene de tristezas.
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