Se sienta con
la espalda pegada a la pared y se abraza las piernas. Atenta, escucha un
interesante diálogo que se ha filtrado a su lado, aprovechando este momento que,
como todos, vive mortalmente condenado.
La muda
conversación que la tiene atrapada es un fantástico cruce entre su dios y su diablo,
el cual transcurre sin pausa, en un silencio suave y liviano, que la tiene a ella
como única escucha, cómplice, testigo, juez y jurado.
Preguntas y
respuestas vuelan en el aire como saetas y se incrustan, ajenas, en ningún lado.
Sólo la raíz de un reverencial respeto hace que nadie, de todos, le ceda su
terreno al otro.
Ella los mira
entre extasiada y abstraída, ajena por completo a su protagonismo, el cual, por
otro lado, es el que ocasiona este duelo del que no se hace cargo, pero porque
hoy está simplemente mirando y no le importa explicarse cómo es que adentro
suyo moran voces tan disímiles, una tan lógica y recta y la otra tan llena de nada,
tan vacía, tan sonriente y a la vez tan certera como la primera.
Ellos creen
que la tienen entre las cuerdas, pero ella, impávida y fría, sólo los observa. Sabe que ninguno va a ganar en esta
reyerta y que las preguntas y respuestas quedarán suspendidas en el vano de la
puerta, hasta que el tiempo, viejo y sabio, venga despacio y con paciencia, las
disuelva.
1 comentario:
Pasa este a ser mi post preferido en tu blog. GENIAL. Simplemente, genial.
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