6 de septiembre de 2013

Ambigüedades

Se sienta con la espalda pegada a la pared y se abraza las piernas. Atenta, escucha un interesante diálogo que se ha filtrado a su lado, aprovechando este momento que, como todos, vive mortalmente condenado.
La muda conversación que la tiene atrapada es un fantástico cruce entre su dios y su diablo, el cual transcurre sin pausa, en un silencio suave y liviano, que la tiene a ella como única escucha, cómplice, testigo, juez y jurado.
Preguntas y respuestas vuelan en el aire como saetas y se incrustan, ajenas, en ningún lado. Sólo la raíz de un reverencial respeto hace que nadie, de todos, le ceda su terreno al otro.
Ella los mira entre extasiada y abstraída, ajena por completo a su protagonismo, el cual, por otro lado, es el que ocasiona este duelo del que no se hace cargo, pero porque hoy está simplemente mirando y no le importa explicarse cómo es que adentro suyo moran voces tan disímiles, una tan lógica y recta y la otra tan llena de nada, tan vacía, tan sonriente y a la vez tan certera como la primera.
Ellos creen que la tienen entre las cuerdas, pero ella, impávida y fría, sólo los observa. Sabe que ninguno va a ganar en esta reyerta y que las preguntas y respuestas quedarán suspendidas en el vano de la puerta, hasta que el tiempo, viejo y sabio, venga despacio y con paciencia, las disuelva.


1 comentario:

Adriana Fernandez dijo...

Pasa este a ser mi post preferido en tu blog. GENIAL. Simplemente, genial.