Hace mucho que
me estoy vaciando, varios años, nueve para ser exacta. Empecé afuera, intercalé
con el adentro y navegué entremedio. Hubo momentos de oleaje intenso, otros
fueron menos densos pero los cambios se notaron hasta en mi cuerpo. Las huellas
son imposibles de ocultar, tengo marcados a fuego la piel y los huesos, pero mi
alma, cansada y algo silenciosa, está intacta.
Cada día,
desde la decisión del cierre, estoy menos llena de “cosas”, tirando los últimos
lastres por la borda y desatando los cabos que me mantuvieron detenida en este
puerto gastado y deshabitado, otrora mi refugio y mi nido, ahora vacío.
Parto casi sin
nada, muy poco es lo que me llevo, en un ladrillo no están los recuerdos. Ellos
viajarán en mis bolsillos adonde quiera que vaya y serán míos hasta que dé el
último suspiro.
La puerta del “antes”
rezonga mientras se cierra, como rezongan a cada paso mis piernas cansadas, mi
espalda anquilosada y mis manos paspadas.
Algunas lágrimas ruedan por mis mejillas
y mis ojos verdes brillan
pero una mano cálida me sostiene,
es la otra mitad de mi vida.
1 comentario:
Divino, la intensidad colmada de imágenes, como me tenés acostumbrada con este blog! te quiero!
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