13 de julio de 2013

Eco

Entro. La casa está vacía. Paseo los espacios y no hay ladridos ni risas, sólo escucho el eco de mis pasos que confirman que los recuerdos no están escritos en un ladrillo, sino adentro de mis bolsillos.
La verdad es que no siento el dolor la partida, pero debe ser porque raramente me fui yendo sin irme con el cansancio de los días.
Hoy estoy sentada en “otra mi casa”, sola pero acompañada, tengo las piernas cruzadas y descansan sobre la mesa la taza de café vacía y el cenicero lleno de colillas. La luz que entra por los ventanales ilumina mis manos y la lluvia bendita toca monótona una melodía que hace que de a poco mi alma tullida vaya despertando de nuevo a la vida.

Se fueron hace unos días más de veinticinco años de historia
  y algo así como mil vueltas alrededor de la tierra
de pasos en la cocina.
Me llevo entre la ropa
las lágrimas de escuchar aletear fuera del nido a mis crías
las de ver partir para siempre a mis negros
y las de haber echado al río dos sortijas.
Se quedan en los rincones
los susurros de conversaciones dolorosas
la toma de duras decisiones estando sola
y las risas más hermosas de hasta acá esta historia.

Hoy la casa es la cáscara de la jugada más larga,
es la mitad de mi vida cerrada
y el jaque a la reina que tanto esperaba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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