Es temprano y
tengo algo de tiempo. Afuera brillan diamantes de escarcha y sobre el agua, una
bruma blanca hace “fiaca” mientras espera que el sol la saque de la cama.
Desde hace
días siento que un silencio suave y blando se cierne sobre mis manos, tal
parece que a mi alma se le cerraron las páginas y yo me quedé sin palabras. Es
por eso que se me hace cuesta arriba la hoja en blanco, pero es costumbre de
ambas llamarnos y así es como nos sentamos, las dos en el mismo banco, cruzamos
las piernas y entre café y café “con-jugamos”.
Últimamente se me están haciendo escasos los segundos para
sumergirme en mí misma, pero no me he perdido, sé que este “nadar afuera” es la
bocanada de aire que necesito para afinar la orquesta, para que la
desesperación mute, para que la paciencia descanse, para que el camino se
despeje, para que la luz me muestre, para que las cortinas se abran, para que
caminar descalza no duela, para que el frío se derrita y para juntar los
pedazos de mí que han quedado regados por ahí.
Hoy ya estoy
sentada en la otra orilla y, junto a lo poco que ha ido a la par, estoy viendo cómo
se termina de quemar, junto a los maderos del puente que acabo de cruzar, todo
lo demás.
2 comentarios:
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