19 de julio de 2013

Humo

Es temprano y tengo algo de tiempo. Afuera brillan diamantes de escarcha y sobre el agua, una bruma blanca hace “fiaca” mientras espera que el sol la saque de la cama.
Desde hace días siento que un silencio suave y blando se cierne sobre mis manos, tal parece que a mi alma se le cerraron las páginas y yo me quedé sin palabras. Es por eso que se me hace cuesta arriba la hoja en blanco, pero es costumbre de ambas llamarnos y así es como nos sentamos, las dos en el mismo banco, cruzamos las piernas y entre café y café “con-jugamos”.
Últimamente se me están haciendo escasos los segundos para sumergirme en mí misma, pero no me he perdido, sé que este “nadar afuera” es la bocanada de aire que necesito para afinar la orquesta, para que la desesperación mute, para que la paciencia descanse, para que el camino se despeje, para que la luz me muestre, para que las cortinas se abran, para que caminar descalza no duela, para que el frío se derrita y para juntar los pedazos de mí que han quedado regados por ahí.

Hoy ya estoy sentada en la otra orilla y, junto a lo poco que ha ido a la par, estoy viendo cómo se termina de quemar, junto a los maderos del puente que acabo de cruzar, todo lo demás.

2 comentarios:

Jorge Curinao dijo...

Sólo el silencio restaura cada cosa en su lugar.

Anónimo dijo...

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