Quisiera creer que estoy calma, es más, parezco calma, pero
no es así. No hay nada en este mar que navego que se asemeje siquiera a la más
remota calma.
Por momentos saco la cabeza del agua y logro ver el reflejo
de lo que quiero, pero allá abajo soy un manojo de nervios que me llevan,
inexorables, a apretar los dientes mientras duermo.
Soy una mujer de digestión y proceso lento y descubrí que
no es cansancio lo que tengo, por eso hace unos días tiré la toalla, justo
cuando la pelea se estaba tornando sangrienta y corría riesgo severo de muerte
por insistencia.
Cuando sonó la campana acepté lo que pasaba, di la cosa
por terminada y, sin miedo a la última estocada, bajé los brazos agotada, convencida
de que no es momento de decidir y de que todavía tengo en el morral la suficiente
porfía para resistir.
Todo tiene un costo y justo éste no es de los menos
onerosos. La verdad es que estoy pagando, con la moneda más cara, un hermoso
nudo en la garganta y la intranquilidad más destilada. Sólo me empuja el saber
que aunque crea que todo está detenido, hay una razón para ello que ahora se me
escapa y que veré más adelante, cuando recupere los remos y pueda hacerle a esto una hermosa martingala.
Sonrío mientras escribo, no voy a perder la sonrisa sólo
porque las cosas se dibujen así de torcidas. Reconocer que seguir luchando originaría más marejada y horadaría mi vida tal cual hace con las piedras el
agua, me da cierta ventaja.
Al dejar de pelear cerré una puerta, el saberme intranquila abrió otra. Colgué los guantes y estoy viendo lo que hay, ya casi
sin sangre en los ojos y recuperando el aliento de a poco.
1 comentario:
Los que tienen dios, dicen que el fulano aprieta pero no ahorca. Abra la puerta nomás, del otro lado siempre hay una sorpresa.
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