21 de diciembre de 2012

Libro


No voy a escribir un libro acerca del que no sé nada. No voy a ponerme a dibujar letras sin sustancia, ni voy a escribir acerca de los demás, porque de ellos no sé nada. No me voy a poner a teclear y a llenar hojas y hojas de inconsistencias. Es más, no podría ni hablar de mí porque de mí tampoco sé nada.
Ni siquiera puedo responder a simples preguntas como: ¿quién voy a ser mañana? ¿qué voy a hacer? ¿qué me va a pasar? ¿de qué me voy a enterar? ¿qué me voy a poner? ¿qué perfume voy a usar? ¿qué voy a comer? ¿con quién me voy a encontrar? o ¿me voy a despertar?
Si escribo algo de mí debería escribir sólo acerca de hoy, porque de mañana no tengo idea de nada. Mañana tal vez me entere de cosas que rasgarán mi alma o de otras que servirán para sanarla, por ahí ni me ponga perfume y tire a la basura mis amadas alpargatas blancas, tal vez deje de fumar o de comer naranjas y bananas, y a las tres de la tarde se me escapen todas las lágrimas que tengo atoradas en la garganta.
Y es que no puedo ni tan sólo responder si voy a volver a leer estas “insustancias”, o los libros de Gabito o los de Jorge Luis o las locuras de tantos libros que descansan en las bibliotecas de mi casa.
El tema es que si escribo un libro acerca del que no sé nada se me plantea este dilema: ¿lo dejaría vacío o le pondría un signo de interrogación en la primera y otro en la última página?
En fin, lo único que hoy sé es que más que esta introducción a semejante idea descabellada, el libro que no pienso escribir estaría lleno de silencios y se lo dedicaría a aquellos que de todos hablan pero que de sí no saben nada. 

1 comentario:

Adriana Fernandez dijo...

Un ataque de sinceridad... Hay tanto charlatán...