No voy a escribir un libro acerca del que no sé nada. No
voy a ponerme a dibujar letras sin sustancia, ni voy a escribir acerca de los
demás, porque de ellos no sé nada. No me voy a poner a teclear y a llenar hojas
y hojas de inconsistencias. Es más, no podría ni hablar de mí porque de mí
tampoco sé nada.
Ni siquiera puedo responder a simples preguntas como: ¿quién
voy a ser mañana? ¿qué voy a hacer? ¿qué me va a pasar? ¿de qué me voy a
enterar? ¿qué me voy a poner? ¿qué perfume voy a usar? ¿qué voy a comer? ¿con
quién me voy a encontrar? o ¿me voy a despertar?
Si escribo algo de mí debería escribir sólo acerca de hoy,
porque de mañana no tengo idea de nada. Mañana tal vez me entere de cosas que rasgarán
mi alma o de otras que servirán para sanarla, por ahí ni me ponga perfume y tire
a la basura mis amadas alpargatas blancas, tal vez deje de fumar o de comer
naranjas y bananas, y a las tres de la tarde se me escapen todas las lágrimas
que tengo atoradas en la garganta.
Y es que no puedo ni tan sólo responder si voy a volver a
leer estas “insustancias”, o los libros de Gabito o los de Jorge Luis o las
locuras de tantos libros que descansan en las bibliotecas de mi casa.
El tema es que si escribo un libro acerca del que no sé
nada se me plantea este dilema: ¿lo dejaría vacío o le pondría un signo de
interrogación en la primera y otro en la última página?
En fin, lo único que hoy sé es que más que esta
introducción a semejante idea descabellada, el libro que no pienso escribir estaría
lleno de silencios y se lo dedicaría a aquellos que de todos hablan pero que de
sí no saben nada.
1 comentario:
Un ataque de sinceridad... Hay tanto charlatán...
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