Está sentada en sus eternos escalones gastados, las plantas de sus pies reposan en la madera tocándose en un cálido gesto de encuentro, y los codos apoyados en las rodillas abiertas entrelazan con complicidad los dedos de sus manos.
Mira a la distancia estando adentro, porque siente que hay algo que no puede ver, escudriña el aire entrecerrando los ojos, que hoy no llevan los anteojos que nunca se saca, porque no hay nadie que pueda leer lo que le está pasando, pero el vacío que ve la ciega.
La brisa que siempre le susurra al oído no está y los fantasmas que la acosan sin compasión se desvanecieron en su propio mundo. Hoy está sola, flotando en un cálido mar calmo, lleno de sensaciones y carente de toda lógica.
Sigue con sigilo lo que está sintiendo, tratando de atrapar las luces que ariscas se escabullen, pero lo único que logra ver es cómo todo su universo de sentimientos se le escurre por entre los dedos.
El sol que le entibia la piel, es un mudo y distante testigo que la abraza y la acaricia, y los escalones de madera gastada, un silencioso remanso que la acoge y la sostiene.
Conoce el lugar, pero no la sensación, y sentada en los escalones gastados, sin brisa y sin fantasmas sólo sabe que no atina imaginar ni tan siquiera lo que hay
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