Sigue caminando en el bosque, aquel en el que se internó sin saber que no era el que recorría siempre, aquel que le mostró una tierra desconocida y otra brisa y olores de flores que nunca había olido…
Ahora conoce la cara de la mano que la lleva y mientras la ceguera de la distancia se va perdiendo, van apareciendo algunas luces que alumbran la noche y sus pasos por el sendero.
Todavía no sabe adónde va, pero no va sola y eso la tranquiliza, aún sabiendo que la mano que la guía tampoco sabe para dónde va.
De a ratos todo se angosta pero vuelve a abrirse iluminándoles los ojos, porque hay mil luces y mil oscuros, y mil olores y un millón de fantasmas…
Y susurrándose mieles al oído, recorren la senda de la mano, aún desconociendo el próximo paso, porque saben que se dirigen a su remanso, y que los impulsa la misma fuerza y el desafío del mismo atajo.
1 comentario:
El desconcierto y el desafío haciendo amigos, eh?
Muy lindo, Amalia... me intriga y tengo suerte de estar leyendo tooooodo junto.
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