27 de octubre de 2025

Cinco años después

Un día como hoy, hace cinco años y con el último pedacito de voluntad y amor propio que me quedaba, me fui de donde estaba.
Anoche, cigarros de por medio en la ventana, pensaba en esa última cena, en el insulto, en la vuelta a casa, en el momento en el que me levanté de la cama, me fui al living y me senté con un vaso de agua y las cortinas cerradas a mirar hasta las cuatro de la mañana la exacta nada, mientras en mi cabeza caía la última ficha de la última jugada.
Unos días después me fui, pero la puerta quedó entreabierta durante casi un año, tal vez porque me negaba a entender que podía seguir amando a alguien que no quería ver nunca más en mi vida de tanto que me había lastimado.
Fue duro verme destruida como nunca antes, a ese nivel, y tengo que reconocer que, aun hoy, sigo encontrando nefastos pedacitos de situaciones, de frases y de miradas, como quien encuentra bajo un mueble pedacitos de vidrio después de años de haber estallado el vaso.
Como digo siempre, estoy lejos de agradecer ni una sola milésima de segundo ese infierno, así como tampoco voy a decir que esto me pasó porque tenía que aprender algo. No señores, no aprendí nada y no hay que pueda extraer y usar como enseñanza. La pasé mal mientras y la pasé mal después.
Hoy estoy en paz, sola, tranquila y sana y, sin lugar a dudas, volví a ser yo misma.
No me arrepiento de nada de lo que hice hasta ahora, yo elegí, y como todas las elecciones en la vida, las consecuencias eran desconocidas, y a medida que fueron pasando, las viví, hasta que un día decidí elegir otra cosa. Ese es el nivel de simpleza.
Es inevitable el análisis, por eso este relato, este exorcismo con la hoja en blanco, este encuentro conmigo misma cada vez que mis manos tocan el teclado, este mirarme en el espejo y entender que mi hermosa esencia no fue destruida, solo se escondió de tanto dolor y esperó, pacientemente, que la tormenta pasara y volviera a salir el sol.

11 de octubre de 2025

Desván

Son las dos de la tarde y, como siempre digo, es una hora rara para escribir.
Luto riguroso hasta en las uñas, un cigarro que recién se va y un café a medio tomar.
Recién meditaba acerca de los recuerdos y pensaba que, en mi caso, son eventos que guardo en cajas etiquetadas y perfectamente acomodadas en lo que yo llamo el desván de mi memoria y al que, de pronto y por algún tipo de magia, llego en menos de lo que tarda un pestañeo.
Alguna vez dije que cualquier cosa puede prender la chispa que ilumina la caja en cuestión, desde una cara hasta un olor, desde una emoción hasta un dolor, inclusive ciertas fechas ofician de chispa y, en lo que tarda la nada misma, me veo materializada en otra época, como si este momento no existiera.
A veces me cuestiono la vuelta a esas cajas, y me pregunto si serán etapas aun no cerradas, dolores no resueltos o alegrías extrañadas.
Tal vez el universo está jugando a los dados conmigo y avanza y retrocede casilleros (o cajas) y voy desde ese estar sentada en el banco de plaza de mi casa con la pared en la espalda y el sol de la mañana en la cara, al perfume inconfundible de cada uno de mis hijos al besarlos, a la suavidad de las orejas de mis perros al acariciarlos, a mi abuelo bajando del avión con la guitarra, al pelo engominado de mi otro abuelo, a las manos de mi abuela haciéndome cosquillas en la espalda para que me duerma, a mi padre sentado en el piso de mi casa instalando los muebles de la cocina, a mi madre haciendo la comida y escuchándome leer en voz alta, a las carcajadas de las reuniones de amigos, al silencio de la escritura cuando mis hijos ya dormían, al día que bailé con mi primer marido y padre de mis hijos una canción de Phil Collins, a cuando apareció de sorpresa dos días antes mi segundo marido, a cuando abracé a mi tercer marido, a mi vida en solo treinta y cinco cajas y mis mudanzas, a la cara de todos los hombres que tocaron mis labios, al día que me pinté las uñas a escondidas, a los discos de pasta que escuchaba en el taller de mi padre, al primer cigarro que prendí o al momento exacto en el que fría como un hielo les comunique a mis maridos que hasta ahí llegaba.
Tal vez, y solo tal vez, el desván de mi memoria sea la sala de juegos en donde el universo y yo nos encontramos para jugar a los dados, mientras nos reímos y lloramos por todo lo que hemos pasado.

10 de octubre de 2025

Dicotómica

Estoy dicotómica, así como lo leen, o debería decir que me siento dicotómica, no importa, espero ustedes entiendan.
El tema es que una parte de mi vive una cosa y la otra parte quiere otra cosa, y así, entre la realidad y el deseo voy remando la olas.
Si me detengo un momento, un inevitable y simple “esto es lo que hay” aparece palpable, prístino e incuestionable.
Otra cosa que aparece, abarcándolo todo, etérea y hermosa, es la verdad, la mía, claro está.
¿Y cuál es mi verdad? Mi verdad es eso que entendí no hace mucho. Mi verdad es que esa parte de mí que “desea” está teñida por un contexto que no me representa, que jamás me representó y, lo que es peor, que muchas veces me confundió.
Lo que hay hoy no es casualidad ni suerte, jamás me identifiqué con esa explicación cómoda de las cosas.
Lo que hay hoy es un resultado, es mi construcción.
Sepan que en mis divagues mentales sigue apareciendo, impúdica y desvergonzada, la fantasía del deseo, como apareció hoy, perfumada hasta el hartazgo del dulzor irresistible de la posibilidad más real, como si estuviera viviendo el hecho consumado, como si no fuera solo un sueño endiablado.
Quiero decir con esto, que la verdad de la realidad es palpable en la misma medida en que es palpable el aire que respiramos.
Sentimos que no estamos viviendo lo que estamos viviendo, que eso que siempre digo de que “cuando hay lo que hay, hay lo que hay” no es lo que está pasando, que lo que está pasando es un inconveniente que se interpone entre la estúpida lucha de “hay esto, pero yo quiero esto otro”.
Señores, la verdad de la realidad, la mía claro, es haber entendido que el deseo mora entre las llamas del mismísimo infierno.

26 de agosto de 2025

Todo y más también

Un té me acompaña esta noche, y también un cigarro que se acaba de ir en la oscuridad helada de mi ventana, y cómo no, el legendario pijama negro y las uñas perfectamente blancas.
Los años le agregaron anteojos a mi cara, y algunas arrugas y también una ansiedad que voy acompañando con el paciente trabajo de las palabras que me dicta el alma.
Pasan rápido los días, y también pasan rápido los años, y para variar renací otra vez de mis cenizas, aunque ahora sé que no será la última, como pensé en las demás ocasiones.
Ahora todo se me antoja diferente y también conocido, como si ya lo hubiera vivido, tal vez porque lo viví imaginando y hoy lo tengo entre las manos.
No sé de qué va la cosa, creo que imaginé algo estático y sin embargo acá estoy, subida a unos tacos invisibles, con los anteojos puestos, las manos arrugadas, una sonrisa extasiada en los labios y cabalgando una ansiedad casi domada que a veces corcovea y me despeina el alma.
Acá estoy. Distinta. Igual. Sola. Inconclusa. Interrogante. Monosilábica. Incrédula y rebelde como nunca. Con terrores que solo se atreven a asaltarme en la noche cuando estoy dormida, y sueños que aparecen y me hipnotizan durante el día.
Entendí que esto nunca se termina, por fin lo entendí y por eso perdí el miedo. Hoy sé que nada es como me lo contaron.
Soy aquella que fui y soy ésta y, cuando por alguna razón, caigo en el bucle eterno de pensamientos inconexos y sinsentidos, respiro, y respiro, y sigo respirando.
Cambio, mi vida es un eterno cambio. Mi lucha siempre fue parar ese movimiento perpetuo, pero no lo logré, no pude, no se puede, y tuve que entenderlo porque no podía seguir peleando, no quería.
Y es que la pelea es densa, es oscura, es pesada, es un drenaje constante de energía. No pelear no fue rendirme, no pelear fue inteligente de mi parte. No pelear significó estos resultados.
Perdí el miedo, como dije antes, y se abrieron un montón de puertas y encontré que los secretos no tienen sentido y descubrí que la libertad de no tenerlos, no tiene precio.
Me pintaron una realidad que no existe, y a pesar de saberlo desde que nací, lo creí, y en mi inocencia hasta puse mis pinceladas. Eso se terminó hace tiempo, no hay tal cuadro, no hay tal realidad, las cosas no son como dice cualquier trasnochado. Las cosas son como yo las veo, como yo las siento, como a mí me pasan, como a mí me pesan.
No sé si hay aprendizajes, sí sé que la vida es un millón de caminos que jamás se repiten.
Hay un hermoso silencio en casa y también rico perfume, nada desentona, nada desafina, nada molesta, aun así el desafío es constante, como es constante el remanso.
Sepan que no hay nada afuera, todo está adentro y eso me costó entenderlo, y llegó. Llegó hace un tiempo, en esa epifanía maravillosa, ese día en el que supe que afuera es toda una puesta en escena y que adentro mío estaba en casa.
Pasé años sacando cosas de una caja de Pandora que jamás iba a vaciar, de la que jamás iban a terminar de salir cuestiones que acomodar. Más de cincuenta años haciendo ese titánico trabajo hasta terminar agotada, y solo para darme cuenta de que todo era un gran circo y que tenía que dejar de aplaudir a los payasos.
Después del salto se detuvo el mundo y hasta no hace mucho no supe en dónde pararme. Toda una vida de vueltas me habían dejado chamuscada, confundida, mareada y asustada.
Reconozco que aun hoy, hay momentos en los que la dinámica de la rueda me atrae como un imán, pero ya no me subo al desquicio.
No soy como todos, creo que nadie lo es, pero hoy yo lo sé.
No hay errores ni aciertos, siempre lo digo. Tampoco hay eso de que “las cosas pasan para que aprendas”, porque jamás se repite lo que pasa, así que dejemos de romantizar estupideces.
Mi rebeldía es no creer y no repetir lo que se dice por ahí por más que salga en la organización más prestigiosa del mundo o la diga un maestro zen o baje el mismo dios a contármela, no señores, ya pasé por ahí y la única verdad es la que yo me digo.
No confío y no creo en nada y en nadie, no comulgo con ese tipo de comodidad.
Hay por ahí alguna cosa romántica con esto de aprender de los errores y no sé cuánta historia. De agradecerle al que me lastimó porque gracias a eso me di cuenta de lo que estaba haciendo o de mi error o de lo que sea. ¡No! Les juro que lo que duele, duele y punto. Y todas las veces que me dolió yo solo esperaba que pasara.
Las cosas son simples, la vida es simple.
Los problemas son una construcción de la mente, en la realidad no están, yo les juro que no están porque los busqué y nunca los encontré.
Es esto o lo otro, es izquierda o derecha, es blanco o negro, es arriba o abajo, es simple, sé que es simple.
Hay opciones y hay elecciones y hay resultados de esas elecciones. No es malo ni bueno, lindo ni feo. Es lo que es y siempre tuve la oportunidad de quedarme o irme.
Muchas cosas me gustaron y muchas no y nada, de todo lo que viví estos cincuenta y ocho años, se volvió a repetir. Ninguna sonrisa, ninguna lágrima, ningún dolor de estómago, ninguna sensación, ningún vacío ni ninguna plenitud pasó por el mismo motivo.
Si me preguntaran qué aprendí en estos años les diría que no lo sé. Lo único que sé es que viví una infinitud de cosas, que reí y también que sufrí. Que todo lo que vino se fue y que un segundo jamás fue igual a otro.
No hay nada que corregir en mí y nunca lo hubo, nací perfecta y sigo siendo perfecta.
Tampoco tengo que seguir ningún camino, ni vestirme de una forma concreta, ni comer a horarios estipulados, ni callar lo que pienso o siento, ni estar o no estar con alguien. Tampoco tengo que querer a determinadas personas porque una ley universal dice que así debe ser. Ni tolerar ideas estúpidas ni aceptar que la historia es como está escrita en los libros o que la tierra es redonda y que el hombre llegó un día a la Luna. No, no creo nada. Yo no fui a la Luna, ni vi desde otro planeta a la Tierra, ni viví la historia ni nada de todo eso que se cuenta por ahí.
Me niego a aceptar algo solo porque otro lo dice, siempre me negué y siempre cuestioné, solo que ahora lo digo porque ya nada me asusta.
A fin de cuentas yo no sé para qué estoy acá, ni porqué vine, ni de dónde, ni para qué. Y si me permiten y se animan al vértigo, ustedes tampoco.

9 de agosto de 2025

La vida misma

Hace meses que estoy ausente y, aunque las letras sean mi cotidiano, nada de eso que he escrito puede ser mostrado.
Lo que sí puedo contar es que pasa la vida misma, con sus subidas y sus bajadas y con más silencios que palabras, silencios que por otro lado me mostraron que estaba peleando otra de esas guerras que jamás iba a ganar.
Para resumir, entendí que en mí no hay nada “errado, fallado o defectuoso” de nacimiento, nada, absolutamente nada. Tampoco tengo que parecerme a ustedes, o a todos, o a alguien, ni quedar bien, ni ninguna de esas estupideces.
Desde siempre he tratado de encajar, porque eso se me dijo, y en ese sinsentido anduve a contramano de mí misma, llena de miedo a quedarme sola, a no ser querida, a no ser aceptada. Sometida a una voluntad que parece estar en todos lados, pero que en realidad no existe en ninguno, intentando caber en un molde rancio y desdibujado, sacando esto y aquello, corrigiendo lo otro, callando mi voz y lo que es peor, tratando de cambiar a la fuerza mi hermosa esencia.
Pero eso no sucedió, así que lo siento señores, conmigo no pudieron armar ese Frankenstein, y ahora ya es tarde.

1 de mayo de 2025

Un placer

Casi las cinco de la tarde, atuendo negro y uñas haciendo juego. Afuera llueve con una placidez apenas audible, adentro hay silencio, paz, sosiego y perfume a café recién hecho.
Llevo un tiempo alejada de las miradas, aunque no así de las letras, que demás está decir, son el oxígeno de mi alma.
Hace un rato pensaba en los cincuenta y ocho que cumplí en diciembre y se me dio por darle la espalda durante un rato a lo que viene y, acodada en la barandilla, ponerme de frente a toda el agua que pasó bajo el puente.
En mis labios se dibuja una sonrisa.
Un placer conocerme.