11 de octubre de 2025

Desván

Son las dos de la tarde y, como siempre digo, es una hora rara para escribir.
Luto riguroso hasta en las uñas, un cigarro que recién se va y un café a medio tomar.
Recién meditaba acerca de los recuerdos y pensaba que, en mi caso, son eventos que guardo en cajas etiquetadas y perfectamente acomodadas en lo que yo llamo el desván de mi memoria y al que, de pronto y por algún tipo de magia, llego en menos de lo que tarda un pestañeo.
Alguna vez dije que cualquier cosa puede prender la chispa que ilumina la caja en cuestión, desde una cara hasta un olor, desde una emoción hasta un dolor, inclusive ciertas fechas ofician de chispa y, en lo que tarda la nada misma, me veo materializada en otra época, como si este momento no existiera.
A veces me cuestiono la vuelta a esas cajas, y me pregunto si serán etapas aun no cerradas, dolores no resueltos o alegrías extrañadas.
Tal vez el universo está jugando a los dados conmigo y avanza y retrocede casilleros (o cajas) y voy desde ese estar sentada en el banco de plaza de mi casa con la pared en la espalda y el sol de la mañana en la cara, al perfume inconfundible de cada uno de mis hijos al besarlos, a la suavidad de las orejas de mis perros al acariciarlos, a mi abuelo bajando del avión con la guitarra, al pelo engominado de mi otro abuelo, a las manos de mi abuela haciéndome cosquillas en la espalda para que me duerma, a mi padre sentado en el piso de mi casa instalando los muebles de la cocina, a mi madre haciendo la comida y escuchándome leer en voz alta, a las carcajadas de las reuniones de amigos, al silencio de la escritura cuando mis hijos ya dormían, al día que bailé con mi primer marido y padre de mis hijos una canción de Phil Collins, a cuando apareció de sorpresa dos días antes mi segundo marido, a cuando abracé a mi tercer marido, a mi vida en solo treinta y cinco cajas y mis mudanzas, a la cara de todos los hombres que tocaron mis labios, al día que me pinté las uñas a escondidas, a los discos de pasta que escuchaba en el taller de mi padre, al primer cigarro que prendí o al momento exacto en el que fría como un hielo les comunique a mis maridos que hasta ahí llegaba.
Tal vez, y solo tal vez, el desván de mi memoria sea la sala de juegos en donde el universo y yo nos encontramos para jugar a los dados, mientras nos reímos y lloramos por todo lo que hemos pasado.

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