Mis dedos están lentos hoy, casi detenidos sobre el teclado, como buscando una manera suave de exorcizar mi propia implosión.
Hace unos días tuve que reconocer que estaba cansada, harta y llena de ira. Como contraparte me di cuenta de que aprendí a entrar, gestionar y salir de todas las situaciones que acontecieron en estos tres largos años con pericia y soltura en la mayoría de las ocasiones, y en otras como pude.
Los casi cincuenta y siete vienen con reconocimientos y aceptaciones varias de mi y hacia mí, con logros, con desapegos y con toda mi vida en poco más de treinta y cinco cajas.
Estoy cansada sí, y harta y llena de ira ¿y qué?
Y mandé a la mierda a un montón de gente ¿y qué?
Y me pasan cosas que no me gustan, y me pasan otras que son maravillosas, y acá estoy, surfeando las olas con unas y tratando de no ahogarme con las otras.
¿O acaso los ríos no se desbordan, o a los mares no les pinta cada tanto un tsunami, o las montañas dormidas no se despabilan y entierran todo a su paso con lodo, lava y cenizas?
Entonces, si pasa en la naturaleza ¿por qué no a mí?
Es simple esta vez, claramente soy una mezcla exclusiva y a partes iguales del mismísimo del diablo y de un maestro zen.
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