En realidad está llegando a su fin la tormenta, pero eso
no quiere decir que haya terminado, es más, las nubes vienen cargadas como para
dejar inundado hasta al desierto más taimado, mientras altiva camina junto a
ellas segura y lenta la noche negra, signo inequívoco de que el amanecer está
cerca.
Debo decir que esta no es mi primer escarpada y mentiría
si dijera que es la última. Mi historia, guía que llevo siempre bajo el brazo, cita
en algún párrafo que cada día que amanezco es un bendito desafío y tanto puede sorprenderme
con un suelto andar bonito como con las llamas del infierno más temido.
Pero yo sigo, resolviendo cuestas, segura de estar
volviendo a mi tierra, determinada a torcer velas o a soltar amarras cuando así
lo sienta y con el andar pausado que no se debe a mis años sino al saber que me
da el ver algunas cosas y que desde hace más de una década obra en mi poder
como la carta más preciada sí, y también la más cara.
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