Se me ha perdido el alma,
no sé ya en dónde buscarla y aunque desisto después de cada fracaso mis pies me
siguen llevando mientras siento que de mis manos los harapos de lo que queda
van cayéndose tristes sobre la arena.
Mi corazón se acelera equilibrando
el gasto inmenso que significa caminar por el desierto, buscándome a mí misma
en cada esquina y sintiendo que no hay desazón más grande ni enrevesada, al no
encontrarme, que ésta.
No hay nada, ni
siquiera cansancio. Es el puro azoro el que me tiene desencajada caminando un
espacio que me pertenece pero que no es mío y llegando a cada momento al mismo
lugar desconocido y vacío y tan abierto que me da miedo y me llena de frío.
No hay sinsentido ni locura más grande
que este dolor punzante de buscarme
y ver que sigo conmigo
pero todavía sin hallarme
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