Ella sale, hace rato que no viene y es que el sol esquivo
la tenía en su puño, sumida en un mar turbulento de cavilaciones y algunos
malos ratos incontrolables y oscuros.
Sale descalza, despeinada y cansada y elige el primer
escalón para sentarse con las piernas cruzadas.
Mira al frente. Arena, la primavera que no llega y el
resto de los escalones que quedan.
Siente que su centro está descolocado, mal ubicado,
revuelto, ajado, distorsionado y lleno de gente que no le pertenece.
Enojada lo increpa por indecente. No entiende cómo es que
dejó la puerta de su esencia tan abierta, tan disponible y tan vulnerable al punto de sentir que ella no es ella y que
fue usurpada con la más temible violencia.
Se odia, se detesta. ¿Cómo es que no se dio cuenta? ¿Cómo
es que entró tanta gente a su universo y lo ocupó hasta dejarla así de indefensa?
Sin respuestas agacha la cabeza y aniquilada se aferra
con las uñas a la madera mientras en sus ojos se desata la más feroz de las
tormentas que la dobla en dos y la parte, como si fuera una triste muñeca.
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