Un maravilloso sol la lleva de la mano y la hace bajar
los cinco escalones gastados. Descalza pisa la arena blanca mientras una ráfaga,
oportuna como nunca, la despeina escondiéndole la cara.
Siente que su mente corre desbocada y no halla forma de
pararla y que algo hace ruido en el fondo de su alma perturbando a su orquesta
y haciéndola sonar desacompasada.
Entre todo el batifondo reconoce la voz de su diablo y ve
a su dios sentado, con las manos en las quijadas y esperando demasiado callado.
Estudia la situación, no hay muchas formas de parar este desquicio
desafinado y tampoco de hacer enmudecer a su diablo. Pero sabe que si esto está
pasando es por algo, como sabe que en algún momento se va a crear el espacio y de
entre bambalinas va a aparecer el silencio, que manso, va a hacer callar hasta
la palidez a todo el escenario.