Paso tiempos
redondeando ideas, estirándolas, separándolas y volviéndolas a unir. Así como paso
tiempo tratando de materializar entre mis manos la realidad ilusoria de la
inmortalidad y desmaterializando la verdad tangible de la muerte.
No hay nada
más seguro ni más diario desde la primer bocanada de oxígeno, que la última, y,
mientras los segundos se descuentan uno a uno, inexorables, indetenibles e
imparables, en el camino se pierden sin remedio momentos que luego sólo serán
memorables.
No hay manera
de parar las agujas. No existe forma de detener la máquina una vez que está en
marcha. Y es que la vida y la muerte son la distancia más corta entre dos
puntos que me cuchichean, suaves y constantes, uno en cada hombro y cerca de
mis orejas y me marcan la cadencia de esta inobjetable recta.
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