Estoy parada
al borde del camino. Tengo las manos en los bolsillos, el pelo recogido, alpargatas,
un solo anillo, maquillaje cero, entre las manos un par de aperos y desde la
banquina me “relojeo” de cara al viento.
Poco a poco
están volviendo a mí mis tiempos. Siento que al apagar las luces del escenario,
la sala se fue vaciando mientras el paisaje fue desdibujando en este último
tramo todo rastro de hastío y una larga historia de cansancio.
Ansiaba
detenerme y destilar uno a uno los minutos hasta verlos diluirse despaciosos ante
mis ojos, como me urgía bailar y tocar a mi antojo el millón de corcheas que
forman mi orquesta.
Pero sobre
todas las cosas necesitaba no esperar hasta la noche para bajarme de los tacos,
desnudarme y vagabundearme sin prisas, indecorosa y eternamente yo misma.
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