25 de febrero de 2014

Entre meses

Cuando el invierno llega a su ocaso y escondidos entre las hojas muertas aparecen los primeros brotes de la primavera, el instinto animal que llevo dentro asoma tímido y se despereza, disparando mi alerta. Año a año, entre octubre y marzo y con una cadencia que raya la obsecuencia, olisqueo el aire y mi esencia se altera.
Es como si la estación de las flores fuera el anuncio de algún cataclismo personal e inevitable que hace que sienta bajo mis pies, cómo tiembla el corazón de la tierra. Así de certera se me presenta.
Pero marzo está llegando y después de haber parido aciertos y desconciertos hasta quedar sin aliento, lenta se acerca, como un bálsamo fresco, la estación de las hojas vueltas a su entierro y de las largas noches de reflexión y silencio en donde en paz vuelvo a mi alma y dócil, me entrego.
Ya sosegada acepto que no hay retorno posible y mis dedos se empiezan a mover más tranquilos, como más tranquila voy despertando a lo que siento. Es que después de cada tormenta la calma es lo único cierto, como cierto es que al quedarme quieta, y cual si fuera una fotografía, la vida no sólo me muestra una a una las famosas consecuencias sino también el contrapunto o si se quiere: La ironía sutil que equilibra esta cadencia.

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