18 de diciembre de 2025

Noche sagrada

Doce de la noche, la hora perfecta para escribir.
Pijamas negro, pantuflas, uñas blancas, algo de té en la taza, un cigarro que recién se va en la ventana y una hermosa sonrisa en la cara.
Los cincuenta y nueve ya están acá y puedo decir que estoy dejando atrás a una Amalia que, sobre todo en estos últimos cinco años, fue la artífice única e innegable de esta nueva versión.
Más solitaria que nunca, más clara, más roca y también más agua.
Con tiempo ilimitado para pensar, para sentir y también para bucear en este profundo mar que soy yo misma, el único en el que puedo darme este maravilloso lujo.
Hay de todo en esta inmensidad mía. Desde diablos y dragones hasta dioses y hadas de bellos colores.
Cada recoveco que descubro, cada abismo en el que me sumerjo, cada ola que surfeo y cada tormenta que me arrecia, se llevan y me dejan el sabor salado de las lágrimas o el calor del sol en la cara.
Cada brazada que doy me confirma que la libertad es una elección. Que ser quien soy nunca fue suerte y definitivamente sí, una elaborada y trabajosa deconstrucción.
Hasta acá me traje yo misma, haciendo desde que recuerdo, lo mejor, lo que sabía, lo que me salía.
Sigo afirmando que siempre soy yo y nunca es el otro, esto significó hacerme responsable y les juro que fue lo más duro de hasta acá esta historia. El resultado: libertad.
Esto me llevó a ponerle límites al afuera y salir de la prisión en la que yo estaba. Tímidamente al principio, ahora con meticulosa determinación.
Sigo buceando, creo que voy a hacerlo el resto de mi vida. Deporte solitario si los hay, pero ya no tengo miedo, mi otra versión lo usó todo.
Sé que dejé mucho en esta cruzada, pero en el camino me encontré a mí misma, que era a quien sin saberlo, buscaba.
Hoy siento que las palabras son mi mundo, que el silencio es mi universo y, que la esencia con la que nací, vuelve a perfumar mi piel.
Haberme encontrado supuso un desafío, un cambio radical, otra piel, un diálogo amable conmigo misma, un reconocimiento, el fin de la hostilidad, paciencia ante todas las emociones, negociaciones con mi dios y con mi diablo, aceptación y risa ante mis incoherencias, un pacto flexible con todos mis “yoes”, y un amoroso cuidado con quien me trajo hasta acá: mi noble cuerpo.
Sé que cada segundo es diferente, pero hay un lugar adentro mío que permanece inalterable, un lugar que siempre estuvo ahí, un lugar al que antes, cuando el mundo me dolía, accedía para abrazarme. Hoy estoy más ahí que afuera y, aunque me lo cuestiono porque así es la mente de perversa, lo elijo.
A veces me incomoda, no voy a mentir, en ocasiones suelo llevarme mal conmigo y es nada más llegar y no hacemos más que discutir, pero entendí que todo eso también es parte de mí.
En este tiempo dejé de pedirme disculpas por ser yo, por mi intensidad, por mi vehemencia y entablé conmigo misma un diálogo.
Me bajé del banquillo de la acusada, de la defectuosa, de la de los errores, de la del juicio constante de mí hacia mí.
Y a puro huevo y candela y solita mi alma fui perdiendo capas, poses y caretas, hasta que perdí de vista a la Amalia que era.
En el camino me encontré con las sombras más temibles, sombras de las que decidí no huir, sombras a las que enfrenté aterrorizada y con las que me senté a conversar.
Yo soy todo lo que encontré, lo que me gustó y lo que no. Lo que decidí aceptar y lo que cambié.
La negociación no siempre fue amable. Mi ego se interpuso más veces de las que puedo enumerar. La lucha fue a muerte, aun hoy y creo que hasta que ya no esté por acá, voy a seguir peleando esas batallas, porque esto no se terminó, no me iluminé ni soy un maestro zen.
Con el tiempo todo va resultando más suave, menos escarpado, más colina y no tan acantilado.
Soy yo siendo yo misma, en un mundo en el que estoy y al que, por alguna misteriosa razón, no pertenezco.
El precio que pagué fue altísimo, no voy a negarlo, aun así valió cada centavo.

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