Se me ocurrió que deshilvanar el rotundo “esto es lo que
hay” del relato anterior podría darme qué hacer en este día que se pinta
aletargado desde que me levanté.
Me voy a parar. Desde más de metro ochenta la mirada,
definitivamente, es otra.
Las piezas arman un rompecabezas que cambia de forma
según sea el lugar adonde me pare, según si me pinto, según si uso tacos, según
pestañeo, según duerma, según diga o según calle.
Se instala en la mesa demasiado alta un cigarrillo sin
ínfulas y en la estancia algunas risas. Sigue gris afuera, mientras adentro un
bostezo le muestra al mundo mis colmillos y el monto de algunos precios.
No dudo de la contundencia de la frase al principio
citada, de hecho fui yo la que le estampillé el rótulo al momento. Pero ahora
viene el desmenuce entre los dedos y después vendrá el descubrir por cuál paso
ando.
Si me aparto parece todo estático, sin embargo sé que si
no me ando con cuidado “esto que hay” puede llegar a ser una bolsa de gatos.
Se impone la observación entonces, la paciente espera y
ese rumiar lento que en mi historia me ha dado buenos resultados.
Y, para finalizar, como tengo demasiadas cosas que
masticar y sé que la vida es incapaz de darme bocado que no pueda tragar, pido
un alto el fuego. Hoy llego hasta acá.
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