En el altillo de mi vida una caja llena de caras y
nombres pero vacía de letras vive guardada a la sombra sobre un puñado de mi
yesca esperando que una chispa la prenda y la haga desaparecer para siempre de
mi senda.
Esa caja maldita, que al verla nada dice, ronda sin
pudores mi espacio y se regodea entorpeciendo mi paso mientras su perfume
lascivo me sigue a todos lados.
No es ni cerca una caja de Pandora, porque a medida que
enlentezco mis pasos se suman diablos que se ríen de mis náuseas y que me son
imposibles de ignorar porque sé que están aunque no los pueda precisar.
Esas sanguijuelas sin tino, que ni por asomo desestimo,
han pisoteado mi tierra y jugado tanto conmigo que lograron enardecer hasta lo
indecible mi espíritu al punto del desafío.
Hoy, con brazos abiertos y las manos llenas de lo cierto,
espero el encuentro para encender la yesca y convertir en cenizas a todo aquel
que con su solo pensamiento osó entrar en mi huerto con la intención de
llevarse mi pienso y cosechar los frutos de mi esfuerzo.