19 de septiembre de 2012

Las cosas no son hoy lo que solían ser

Hace ocho años, en una noche de septiembre y en la oscura y silenciosa intimidad de mi cocina caí en la cuenta de que había estado sentada en una piedra, detenida, no escuchándome a mi misma y mirando la película de mi vida pero sin saber que era yo la protagonista.
En aquel momento no sabía lo que hoy sé, que lo que empezaba no iba a terminarlo nunca y que el dar ese primer paso implicaba cerrar una puerta que no podría volver a abrir jamás.
“Darme cuenta” me dejó sin aire, fue un escopetazo de lleno en el pecho, un desgarro del alma, un arrancarme la piel hasta quedar en carne viva, un andar a los codazos entre las espinas arrastrándome cuando las piernas cedían y gritándole en la cara a la vida mientras abrazaba a la muerte cuando las lágrimas me enceguecían.
Confieso que quise volver a ser la que era más de una vez, pero había quemado los puentes hasta reducirlos a cenizas y fue imposible retroceder.
En todo este trecho me deshice hasta de la basura más nimia, sin importarme nada más que yo misma, y quedaron en el barro chapoteando desesperados las virtudes y los defectos más acérrimos, mientras en los recodos del camino iba enterrando caras, nombres, recuerdos, olvidos y hasta un par de sortijas.
Con los dedos casi congelados rompí tradiciones y tiré mandatos y a punto de quedar sin resuello, pero con toda la fuerza de la que fui capaz, derribé estructuras, pisé palabras y con un lápiz taché uno a uno todos los planes.
Ahora son mis manos las que están sobre el teclado y soy yo la que está en bata con las piernas cruzadas y recién bañada, la misma que está fumando el quinto cigarrillo del relato mientras la taza de té vacía descansa en silencio junto al cenicero lleno de colillas.
Hoy Athos no está dormido, es raro pero ladra como si supiera que la que escribe desnudando el alma, mostrando el lado vulnerable, en una casa casi vacía y cerrando la mitad de mi vida, soy yo.

“Ella” se despide, se queda en el camino, como se quedó para morir aquella noche una parte de mí mientras yo me levantaba para torcer la historia de mis días.

Sé que escucharé sus tacos en alguna esquina vacía
y la veré pasar con las manos en los bolsillos y las mejillas frías,
lloraré sus lágrimas
y reiré sus risas,
pisaré su arena
y, tocando su brisa,
me sentaré en sus escalones
recordándola como una parte mía