Abre las manos, se agarra la cabeza, se tapa los oídos y cierra los ojos, una fina e imperceptible hebra de hielo le recorre la espalda tensionando cada músculo de su cuerpo.
Está quieta y atenta porque la espera no es la espera tierna y tranquilizadora de siempre, ésta es una espera rígida, tiesa y terriblemente incómoda.
Saca las manos de la cara, necesita ver, pero lo que hay que ver no puede mirarlo con los ojos, tiene que sentirlo, y le cuesta, porque el silencio que hoy la acompaña no es su silencio y no lo entiende.
Le da la espalda al sol intentando derretir ese hielo lascivo y licencioso que no para de recorrerla, pero es tal la lujuria de esos dedos, que la desquician y la deshonran, llevándola a un lugar que ya conoce y en el que no quiere estar…
Se para, necesita sacudirse; la sensación que la invade hasta el ahogo es insólita, incongruente y desmedida; apoya los pies en la tierra suave y caliente, tiene que conectarse con Ella y volver a sentirse.
Logra verse al fin, como Ella misma, y se da cuenta de que los miedos, las excusas y la impotencia no eran sus semillas y la sorprende la sutilidad con que se instalaron y lograron crecer vulnerando su espacio…
No hay manera de entrar a su universo sin ser sospechado
Como no hay manera de violar su esencia sin ser atrapado