8 de junio de 2024

Tanto tiempo

Hace mucho que no escribo, tal vez porque no tenía nada que decir, tal vez porque estoy mirando lo que pasa y tratando de entender.
Me extraño y no sé cómo explicarlo.
Extraño esa chispa mágica que prende el fuego de mis manos y que me lleva sin demora al exorcismo con la hoja.
Extraño lo irresuelto, la incomodidad, el cansancio, los malos entendidos, las discusiones, las largas conversaciones de mis “yoes”, las puteadas llenas de sustancia y porqué no, la bronca no manejada.
Extraño lo que fui porque me aterra la hoja en blanco, la parálisis del teclado, la mirada perdida y tranquila, el silencio tan mío, los pasos vacíos, el sol en la espalda y también, la incontinencia contenida.
Extraño.
Extraño las uñas pintadas, el color negro, los tacos, a mis laderos.
Extraño.
Extraño con una extrañeza nunca antes sentida, una extrañeza que me aprieta el estómago y me asusta porque no sé si me está avisando algo.
Extraño.
Extraño el torbellino de pensamientos, las curvas de los “y si”, el abismo de las decisiones y el barro de las justificaciones.
Extraño.
Y es un “extraño raro” porque me extraño a mí misma sin buscarme, como asumiendo que lo que extraño de mí es mi recuerdo, mientras camino un nacimiento que insisto, todavía no entiendo.

6 de abril de 2024

Arrogancia

Hoy tuve un encuentro cara a cara con la mismísima arrogancia, por eso decidí inmortalizar en no más de media página esta gran “bizarrada”.
La persona tiene nombre, aunque voy a obviarlo, no sea cosa que logre identificarse en el relato y reviente como un sapo.
Para ponerlos en contexto les cuento que conocí a un señor, no en persona, sino en una larga conversación entre ayer y hoy y hasta hace una media hora, que fue cuando decidí, amablemente claro, ponerle fin a esta pesadilla de hartazgo.
La cuestión es que el “don” solo hablaba de él, fue como chatear durante dos largos e hilarantes días con el mismísimo Narciso resucitado.
Tengo que decir que en todas estas horas hice lo que predico: “escuché a mi bendita incomodidad”, y sí, estuve incómoda desde la tercer palabra del chat, que fue cuando se me prendió la alarma, pero seguí, no solo porque decidí darle una oportunidad, sino porque no quise ser cortante tan solo por un comentario.
Para ampliar un poco más la información les cuento que en ningún momento me preguntó cómo estaba, ni qué hacía, ni nada de nada, asumo que lo que yo escribía tenía para él cero importancia, digamos que fue la parodia de un diálogo o, para ser más explícita, un monólogo suicidado.
Señores estoy anonadada, no salgo de mi asombro, no sé porqué la vida insiste en ponerme a estos pelotudos importantes o P.I como los llamo desde hace añares, en el camino.
En fin, acá termina una historia abortada desde la tercer palabra, otro “intenticidio” de no sé cuántos, otro señor que todavía no entendió que ser pelotudo no es obligatorio, aunque sea gratis.