24 de abril de 2019

No hay café


Ya es media tarde y no hay café sobre la mesa, pero el silencio se instala, como siempre, cuando poso las manos sobre el teclado y la inspiración se sienta a mi lado.
Hace tiempo que mis dedos no hacen el baile de la catarsis, pero sólo porque estuve lejos de las teorías y cerca como nunca de mí misma.
Este cerca de mí misma tiene que ver con haber dado vuelta por completo la forma en que estaba percibiendo e interpretando mi historia.
Nada de esto fue casual, sé que este camino lo hice con consciencia y paso a paso hasta que hace unos meses, de madrugada y sentada en la vereda de otra ciudad, escribí la última palabra del último renglón que me quedaba y di vuelta la página.
En esa vereda supe que estaba presa de arraigados juicios y que cada justificación que ponía mi mente intensificaba mi ceguera. Cansada ya de tanto juego inútil que nunca iba a ganar, dejé de darle identidad a toda elucubración mental y esperé que la vida, que se había mantenido aparte mientras yo peleaba porque mi verdad fuera la única, me mostrara.
Pasadas ya las tres de la mañana y cuando al fin, muerta de frío me paré, el panorama era hasta tal punto otro que la madrugada parecía soleada y yo otra mujer.


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