Hoy hay té sobre mi escritorio y en el cenicero, el
segundo cigarro del relato se está yendo despacio, vaya a saber dios a qué
cielo trasnochado.
Suele sucederme esto de tener días malogrados, en los que
no solo no me hallo sino que hasta me catapultaría lejos de mí misma para no hacer
o decir lo impensado.
Sé que soy yo, a esta altura lo tengo más que claro.
Soy yo con los puños cerrados y los dientes apretados y con
todo lo que todavía no me he cuestionado sumado a que ya no tengo cómo
justificar mi estado mal barajado porque la “infantil excusa” de que afuera
está la causa ha desaparecido en el justo momento en el que decidí ponerme los
pantalones largos.
Hace un tiempo estos días no contaban, decía en mi
ignorancia que eran días sin destino y sin chistar me los tragaba.
Pero estoy más sosegada y un poquito más despierta y la
verdad es que no me trago nada que no quiera, pero solo porque me di cuenta de que
esas horas distraídas y por demás lentas me llevan a todo lo que estuve
guardando, a todo lo que “sin querer” puse a un costado y a todo lo que “olvidé”
y sin embargo sigo mascando como si fueran hojas de tabaco.