Hace unos años y en una noche lluviosa me vi parada en
una vereda con las manos abiertas y sobre ellas un rompecabezas de más de mil
piezas y el desafío que después supe es hasta hoy el más grande de mi historia.
Desde entonces que estoy sentada en la alfombra y esta
vez “no sola”, mirando todo lo que hay regado y distinguiendo sólo un pequeño
lado encastrado mientras el resto sigue mezclado y hasta con algunas piezas boca
abajo.
Por momentos se me pone escarpado, no voy a negarlo y es
ahí cuando impotente me levanto y abro los brazos esperando ese balazo que al
final y por puro instinto termino esquivando.
Sé que no hay una sola forma de armarlo ni una sola de
terminarlo. Lo que sí hay es una sola forma de lograrlo y es pieza a pieza y
paso a paso sin ignorar que algunas son fáciles pero son las menos y que otras,
las más, son hasta difíciles de encontrar porque se esconden entre las demás.
He aprendido con el tiempo a pasar por alto algunas cosas
pero ese tiempo mismo me ha enseñado a no despreciarlo porque es este segundo el
más válido, porque este segundo no espera y porque cuando este segundo se va no
vuelve más.
La vida es rápida, no se detiene y no está en otro lugar.
Está hoy, ahora, en este preciso momento. Está en este sol, en este viento, en
esta soledad, en este silencio, en este café, en el ruido que hacen mis dedos
acariciando todas las letras del teclado, en este grito mudo y ahogado, en el
reflejo cierto que me devuelve el espejo y en este rompecabezas que yace en la
alfombra instándome cada segundo a seguir armándolo mientras el viento me
susurra esa frase que tanto amo y que dice: “cosecharás lo que has sembrado”.