Estoy dicotómica, así como lo leen, o debería decir que me siento dicotómica, no importa, espero ustedes entiendan.
El tema es que una parte de mi vive una cosa y la otra parte quiere otra cosa, y así, entre la realidad y el deseo voy remando la olas.
Si me detengo un momento, un inevitable y simple “esto es lo que hay” aparece palpable, prístino e incuestionable.
Otra cosa que aparece, abarcándolo todo, etérea y hermosa, es la verdad, la mía, claro está.
¿Y cuál es mi verdad? Mi verdad es eso que entendí no hace mucho. Mi verdad es que esa parte de mí que “desea” está teñida por un contexto que no me representa, que jamás me representó y, lo que es peor, que muchas veces me confundió.
Lo que hay hoy no es casualidad ni suerte, jamás me identifiqué con esa explicación cómoda de las cosas.
Lo que hay hoy es un resultado, es mi construcción.
Sepan que en mis divagues mentales sigue apareciendo, impúdica y desvergonzada, la fantasía del deseo, como apareció hoy, perfumada hasta el hartazgo del dulzor irresistible de la posibilidad más real, como si estuviera viviendo el hecho consumado, como si no fuera solo un sueño endiablado.
Quiero decir con esto, que la verdad de la realidad es palpable en la misma medida en que es palpable el aire que respiramos.
Sentimos que no estamos viviendo lo que estamos viviendo, que eso que siempre digo de que “cuando hay lo que hay, hay lo que hay” no es lo que está pasando, que lo que está pasando es un inconveniente que se interpone entre la estúpida lucha de “hay esto, pero yo quiero esto otro”.
Señores, la verdad de la realidad, la mía claro, es haber entendido que el deseo mora entre las llamas del mismísimo infierno.