Casi las cinco de la tarde, atuendo negro y uñas haciendo juego. Afuera llueve con una placidez apenas audible, adentro hay silencio, paz, sosiego y perfume a café recién hecho.
Llevo un tiempo alejada de las miradas, aunque no así de las letras, que demás está decir, son el oxígeno de mi alma.
Hace un rato pensaba en los cincuenta y ocho que cumplí en diciembre y se me dio por darle la espalda durante un rato a lo que viene y, acodada en la barandilla, ponerme de frente a toda el agua que pasó bajo el puente.
En mis labios se dibuja una sonrisa.
Un placer conocerme.