Siempre soy yo, nunca es el otro. El otro sólo está ahí
parado, mostrándome de cuerpo entero, vestida hasta las uñas de negro.
“Siempre soy yo, nunca es el otro” no es una frase
arbitraria ni egoísta, la elegí con un propósito claro para mí y que será claro
sólo para aquel que esté dispuesto a oír.
No es común escuchar esto del espejo y menos común
entenderlo, a mí me ha llevado tiempo ver
el reflejo y no sucumbir al instinto asesino de matar al cartero. Y es que
muchas de las imágenes no resultaron para nada agradables y se repitieron a lo
largo de los años dolorosamente insistentes e incansables hasta que, honestidad
brutal mediante, logré entender el mensaje.
Y ahora heme aquí sentada contándoles cómo algo que me
parecía complicado resultó simple en esencia cuando decidí hacerme cargo y
directamente responsable de que “siempre soy yo” la que cada segundo de cada
día elige qué hacer, entendiendo que de allí surja de forma innegable y con absoluta claridad el contundente “nunca es el otro” tan pero tan difícil de
tragar.