En el rincón de la mesa en donde armé mi refugio destaca
una pluma que encontré en la puerta de casa el día que volví de despedir al
último pichón que quedaba en el nido.
Me embarqué hace treinta y un años en esta maravillosa
travesía, en la que como madre tuve que cuidar que no se cayeran por la borda
mis tres tesoros mientras navegaba contracorriente más veces de las que
recuerdo, y más tal vez de las que hubiera querido.
Infinidad de situaciones marcaron a fuego nuestro barco pero
como capitán de la nave jamás dejé el timón ni permití que otro pusiera un dedo
en él.
Hoy, a varios días de ver cómo desplegaba el último de
mis hijos sus alas al sol y con lágrimas corriendo por mis mejillas puedo
escribir que el ciclo se cerró.
Hoy nuestro barco vacío descansa tranquilo en la arena mientras
yo, tranquila también, entiendo que nunca más volveremos a navegar en él.