Había una charla
anterior a esta pero todavía no la terminé y es por eso que intitulé así este
relato.
Siempre hay otras
visiones, otros puntos de vista, otras opciones y espero que hayan más sonrisas
y café hasta cuando yo no esté.
Mi hijo mayor es
parecido a mí en muchas cosas, hasta en el verde de sus ojos, pero su mirada es
distinta y su estructura ya medio gelatinosa le permite cada tanto deslizarse y
fluir y nuestras conversaciones estaqueadas una frente a otra suelen dejarme
boyando y con mucho que masticar.
Él básicamente mira las
sensaciones y, como yo, trata de domarlas. Ambos sabemos que no es fácil y que no
existe la receta mágica, porque lo de hoy, mañana ya es obsoleto y lo que
esperamos tiene toda la posibilidad de no suceder.
Di en llamar a esto la
maldición de la sorpresa. Esa sorpresa de la que hablo tanto y que en esta
charla descubro tiene su otro lado.
Detesto con toda mi
alma las sorpresas de la gente y para evitarlas tal parece que me he llenado de
defensas y heme aquí detenida y la verdad me fastidia, porque me posee con una
pasión desenfrenada, hambrienta, pegajosa y libidinosa que ojalá escociera las
vueltas que le doy a las cosas, pero no, lo único que escose son mis entrañas.
Dolor macabro si
existe alguno, es como un dolor divino, es el mismísimo ardor del desgarro del
espíritu.
Si antes de darme
cuenta no lo entendía, ahora no lo concibo y encima en todo el proceso voy
descubriendo tanto que me mareo y a veces desaparecer es en todo lo que pienso.
Los hechos están
hechos, por eso se llaman hechos ¡es tan simple! Ahora entender, internalizar
que no son posibles de volver a caminar, que no se pueden borrar, que están
pero ya pasaron, que no se volverán a repetir así tal cual, que otras serán las
cosas a resolver y que tenerle pánico a “la sensación” es un completo absurdo, es
un tanto complicado.
¡Ah! Pero que ganas de
perder la memoria que tengo, unas ganas locas de tirar los zapatos, de dejar
todo y olvidarme de mis vividos. Pero me aferro a ellos como si fueran la
sutura para mi herida, cuando cada día no hacen sino abrirla.
¡Qué feo que es! Que
desagradable es descubrir que todo esto no hace más que lastimarme. Es el
desatino más formidable, es la cuchillada en la espalda que me da el destino,
es el dolor de saber que no he sanado, es saberme sucia creyendo haberme
lavado, es la caída más dura, es cortarme en pedazos y desollarme viva.
Me he estado engañando,
frenándome, enfocando para el otro lado, poniendo la vista en un punto fijo que
apuntaba directo a mi nuca.
Un verdadero espanto
me he estado causando y todo para aprender, pero ¡vaya aprendizaje! Golpes
hasta casi matarme.
Mil preguntas surgen
de esto. Preguntas que responderá la vida más adelante. Respuestas que veré
cuando pueda pararme y con objetividad mirar el desierto que queda después de
todo desastre.
Estoy ahogada, me
traicioné en esta larga jugada que creí cerrada y resulta que no lo estaba. Tal
parece que en algún momento catapulté la mesa con todo lo que había encima y
recién ahora y después de recorrer un amplio cielo vino a caer "irresuelta" sobre
mis dedos.
Menuda sorpresa me ha
dado la vida. Un susto en mayúsculas que se viene anunciando hace rato y que yo
no alcancé a ver y que dejé crecer con tanto esmero que se ha vuelto el árbol
del veneno.
Pero no sé si hoy
quiero entender. Todo está demasiado a flor de piel. Lo reciente duele y hoy no
lo quiero masticar. Estoy muy cansada para hablar y tengo la garganta cerrada
porque no quiero llorar, no por esta causa, no porque yo soy la única autora de
este crimen y castigo. Yo misma mantuve abiertas las heridas todo este tiempo y
yo misma deberé cerrarlas y abrirle las velas a otro destino.
No sé cuánto me va
costar, no tengo moneda para pagar y no existe dios capaz de ayudar. Sola tengo
que sanar. Sola lameré mis heridas, heridas profundas que no supe manejar y que
ahora cuando ya no hay más remedio, cuando el dolor me dobla sin darme respiro
y me quita de los pies el piso, ahora, justo ahora y así voy a tener que
decidir si repararme o terminar de desarmarme para soltar lo que hizo callo en
mis manos y se hundió tan profundo que ya es parte de mi carne.