Hoy se me
plantea un silencio y un espacio a una hora desacostumbrada porque el sol está
al este, no veo la luna por la ventana, no llegué recién y el auto y mis botas están
estacionados desde ayer.
Y entre
cigarrillos y café pasan frente a mis ojos la crónica de una muerte anunciada,
lágrimas, “recomienzos” y la concreta y sabida imposibilidad de ser objetiva
conmigo misma, al tiempo que se me dibujan, como si hubiera tirado una piedra
al agua, círculos concéntricos sin comienzo ni fin, sin puntos débiles, infinitos
y eternos.
Es como que
nada se termina y sin embargo nace un nuevo círculo cada día que me desorienta
y logra ponerme seria y me silencia y me endurece, quitándole a lo importante
la prioridad y dándosela de comer sin remedio a los chanchos.
Siempre he
dicho que la vida está hecha de detalles pero que ella en sí misma no lo es,
porque sería como pensar en un árbol lleno de hojas y flores pero sin el tronco
como sostén. Y acá es en donde me detuve hoy y de la galera de la reflexión surgieron
estas dos preguntas a continuación:
¿Cuánto tiempo
pueden sostenerse los detalles en el aire? Y ¿Cuánto puede esperar dentro la
cáscara, sin secarse, el germen de lo importante?