Imaginate una
situación a resolver y escribila en tu muñeca.
Abrí la mano.
Separá los dedos.
Mirá lo que
escribiste y empezá a subir.
¿Se ramifican
las opciones no?
¿Faltan más?
Agregalas.
¿Se complica? Ni
te cuento si se te ocurre preguntarle a la gente que tenés cerca, te alarmaría
saber que ni un millón de dedos serían suficientes.
Pero hagamos
algo, considerá sólo algunas.
¿Por cuál te
decidirías?
¿Esa te parece
la mejor? Pensalo bien, por ahí la tercera sea la correcta o la que te dijo
éste o aquél, pero ¿y si resulta que es la cuarta, o la quinta?
¿Decime si no
es un juego perverso y diabólico?
Ahora te
propongo que cierres la mano, te olvides de todos y del millón de opciones y
viajes a tu centro, justo en donde está el “quiero” y lejos del maldito “debo”,
pero teniendo en claro que, sea lo que sea que decidas hacer, la
responsabilidad y las consecuencias van a ser sólo tuyas y no sólo eso sino que
vas a tener que pagar por ello un precio alto e incierto, el cual puede
acercarte demasiado al abismo o alejarte en la misma medida de él.
También tenés
que saber que nunca vas a poder ver todas las opciones, perderías un tiempo
precioso en un trabajo estéril, porque las circunstancias cambian, porque uno
cambia, porque la vida es un constante fluir y ningún día es igual a otro. Nada
de lo que pase hoy es pasible de la misma solución que le diste a alguna
situación del pasado. Por eso no pienses, no escuches a nadie y no uses la
lógica, date cuenta de que no sirve para resolver la vida, y otra cosa, tampoco
mires para afuera y no cometas el fatídico error de abrir el abanico.
Mirar para
adentro, decidir y ser responsable de uno mismo asusta, es por eso que el “quiero”
suena tan egoísta y se evita, pero sé egoísta y no pasees por prado ajeno,
porque va a crecer la hierba en el tuyo y después tu única opción va a ser
responsabilizar de “tus yuyos” al resto del mundo.
Es más fácil,
sí, no lo niego, pero también es más que estúpido.